VIVIR CON RESENTIMIENTO

Eduardo Sanz Márquez , Terapeuta Gestalt y Abogado.

El resentimiento es un estado de ánimo que  mantiene una conversación con nosotros mismos en la que interpretamos que hemos sido víctimas de una acción injusta y que el otro es culpable de lo sucedido. Por poner algunos ejemplos:

“Yo tenía derecho a ser ascendido dentro de la empresa y por culpa del nuevo jefe que llegó no lo fui… esto fue injusto y debe ser castigado”.

“Yo merecía haber tenido un padre que se ocupara de mí y no de si mismo. Así habría sido más feliz. No fue justo lo que pasó y al final es un hombre amargado porque tiene lo que sembró.”

“Yo no merecía ser abandonado por mi pareja y ella lo hizo y se fue con otro hombre…esto fue injusto y espero que le pase lo mismo”.

El resentimiento aparece como una invocación de Justicia, pues consideramos que fuimos víctimas de una injusticia, pero algo nos impide manifestar nuestra ira. Puede ser el pensamiento de no ser entendidos o, con frecuencia, el temor a las consecuencias. Entonces nos lo quedamos como diálogo interno o con otras personas, en secreto, a las que les hacemos ver lo injusto de nuestra situación y la culpabilidad del otro, pero no llegamos a liberarnos ni a tener esa conversación que falta con la persona hacia la que sentimos el resentimiento.

Cuando vivimos en este estado de ánimo nos quedamos atrapados en un especie de callejón sin salida.

Cuando vivimos en este estado de ánimo nos quedamos atrapados en un especie de callejón sin salida entre el juicio “las cosas pudieron ser diferentes” y el juicio “ahora no puedo hacer nada para modificar lo ocurrido”. Y el sufrimiento es tan grande y casi permanente que a menudo interfiere en varias áreas de nuestra vida, no dejando espacio para la alegría, la felicidad y la paz. Cuando vivimos en el resentimiento nos convertimos en esclavos de aquellas personas con las que estamos resentidos, transformándolas en amos de nuestra alma y existencia.

Por eso es tan importante soltar. Y es fundamental hacerlo a través de la aceptación de lo que sucedió, de vivir en armonía con las posibilidades que nos fueron cerradas. Es decir, cuando aceptamos las pérdidas que no están en nuestras manos, ya podemos decir: “No puedo cambiar lo ocurrido y por lo tanto lo declaro cerrado”.

Podemos relacionarnos con nuestro pasado desde el resentimiento o desde la aceptación. Cuando lo hacemos desde la aceptación podemos vivir en paz asumiendo que lo que ocurrió en el pasado no necesariamente se va a repetir en el futuro y, sobre todo, nos permite mirar hacia adelante, soltar lastre, vivir liberados de las cadenas que nosotros  mismos nos pusimos.

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