El trabajo, la tensión cotidiana, los niños, los problemas familiares… estamos inundados de presiones a las que tenemos que hacer frente cada día. Esto nos provoca tensión y reacciones que no siempre podemos controlar. Hay personas que dicen tener “prontos”, que no son más que estallidos emocionales cuando ya no pueden más.
Pero ¿qué son los prontos? ¿por qué tenemos esas reacciones?
En una sesión de coaching, Carolina me comentaba que solía tener mucha paciencia y habitualmente aceptaba con calma toda la multitud de tareas que le encomendaban, pero en ocasiones, de repente tenía un arranque de furia. De repente, me decía, tengo un pronto y más que un pronto es un “tarde”, pues llega porque tenía que haber reaccionado a su debido tiempo.
Ella explicaba, de esta forma tan gráfica, que los prontos llegan tarde y que, si somos capaces de gestionarlos a tiempo, podemos evitar una reacción que es dolorosa para los demás y también para uno mismo cuando se halla fuera de su control.
En los primeros tiempos de la evolución del ser humano, cuando la necesidad de supervivencia era vital, las reacciones naturales eran de ataque o huida. Hoy, a pesar de los miles de años transcurridos (precisamente porque somos humanos) seguimos reaccionando del mismo modo ante circunstancias que nos disparan. Así, ante una mala contestación, puedo reaccionar atacando con la misma energía que para defenderme de una fiera. Aunque las condiciones ambientales no son las mismas, son vividas por nosotros tan amenazantes como entonces.
Los prontos son reacciones sin control y sin pensar, que suelen ser consecuencia de una acumulación de emociones, de necesidades no cubiertas, de expectativas no expresadas, de frustraciones no resueltas, etc. Y, si no aprendemos a gestionar esos prontos, terminan dañando nuestras relaciones personales y también nuestra autoestima.
Pero ¿se pueden controlar?¿qué puedo hacer?
Los prontos se deben gestionar y son oportunidades para aprender algo más sobre nosotros.
Si tratamos de controlarlos, taparemos algo que, como una olla a presión, saldrá por otro lado, normalmente en forma de enfermedades o dolencias.
Entonces la propuesta es tener respuestas menos costosas para la salud y para las relaciones.
Os propongo tres pasos:
1º. Darme cuenta de las situaciones en las que reacciono. Si cada vez que tengo una reunión familiar termino discutiendo con mi cuñado o si cada vez que mi jefe me habla mal termino llorando. En definitiva, identificar qué me ocurre, en qué situaciones y con qué personas. Al identificar qué me pasa ya puedo hacer algo con ello. De lo contrario, permanecerá en el inconsciente y me hará sufrir.
2º. Comprender qué es lo que me hace reaccionar así. Siempre hay una razón y está más en nosotros. Lo que a mí me hace reaccionar a ti puede dejarte indiferente, lo que significa que hay algo en mí que dispara la reacción (que me hace ver la fiera en un comentario o gesto).
Aunque la tendencia natural es ver la causa fuera de nosotros, los prontos son reacciones que hablan de nosotros. Un truco para averiguar es identificar la emoción (por ejemplo, enfado) y después ver qué necesidad hay detrás de esa emoción (por ejemplo, reconocimiento). Por seguir con el ejemplo anterior, puedes decir que tu cuñado es un prepotente o decir que necesitas reconocimiento. Si eliges la segunda opción, te empoderarás, pues ya eres tú el que puede hacer algo para encontrar una solución.
3º. Actuar. Hacer algo para solucionar esa situación que me hace “reaccionar” y, en definitiva, sufrir. En este caso, depende de la dimensión del problema. Puede haber soluciones sencillas que se resuelvan con una conversación o con la organización de mi tiempo. O bien, depende de la profundidad con la que desee abordarlo, puedo contar con la ayuda de un coach o un terapeuta.
En conclusión, reaccionar es natural, aunque debemos saber que este tipo de situaciones son oportunidades para descubrir algo sobre nosotros mismos y, en consecuencia, mejorar.