Dar a los demás es un acto que nos llena. En nuestra cultura, la generosidad la asociamos con “dar sin esperar nada a cambio”. Si hemos de elegir entre dar o recibir, es probable que elijamos el acto de “dar”. Y es que al dar nos sentimos bien con nosotros mismos, es algo que alimenta nuestra auto-estima, es una satisfacción sentirse útil y sentir la confianza o el agradecimiento de los demás. Desde este punto de vista, podríamos afirmar que el hecho de dar lleva implícito algo hermoso: al dar también recibimos. Dar es recibir el regalo de la satisfacción con uno mismo.
Esto hace que fijemos más nuestro comportamiento en ese polo. Nos sentimos bien dando, estando al servicio de los demás, respondiendo preguntas, ayudando en diversas situaciones,…. en definitiva, regalando nuestra ayuda.
Sin embargo, cuando se trata de recibir es bien distinto. Cuando han de ser los otros los que hacen algo por nosotros, nos sentimos incómodos. Pensamos que podemos molestar, que estamos ocupando mucho tiempo de los demás, que deberíamos apañarnos nosotros mismos, …infinidad de pensamientos que nos hacen recular y evitar esa situación.
En ocasiones, recibimos sin pedir. En ese caso, parece que no nos importa tanto aceptar que los demás nos entreguen su tiempo, su dedicación o sus detalles, siempre y cuando venga de su propia voluntad. Puede ser algo que no esperábamos y nos sorprenda agradablemente o bien puede responder incluso a nuestras expectativas. Entonces, es maravilloso.
Perseguir esto es, en realidad, demandar que el otro responda a expectativas no comunicadas. Esto no sucede habitualmente. Realmente, cada persona está en su propia vida, con sus gafas de ver su mundo, sus responsabilidades, necesidades, etc. Lo habitual es que cada uno tenga puesto el automático, viviendo su día a día. Es muy difícil estar en todo momento observando las necesidades y deseos de los demás. Si surge, bienvenido sea, pero realmente hemos de hacernos cargo de nuestra necesidad y responsabilizarnos de responder a ella.
Pero, ¿que nos pasa al pedir? ¿para qué lo evitamos?. Pues precisamente por esa sensación de incomodidad que genera recibir. Pensamos que si pedimos vamos a molestar a los demás. También pensamos que de esta forma podemos mostrar nuestra debilidad o falta de conocimiento, pensamos, pensamos,…, y si nos damos cuenta, detrás de esas creencias solo hay una emoción: el miedo, un miedo que nos frena, que nos limita.
Por esto, proponemos una reflexión algo distinta sobre la generosidad: “Generosidad es dar, pero también es dejar espacio para recibir”.
De la misma manera que sentimos la satisfacción de dar a los demás como un regalo, podemos hacer que los demás sientan lo mismo, que sientan su utilidad, nuestra confianza, el reconocimiento a sus competencias,… pidiéndoles. Ahí, el acto de pedir es un acto generoso.
Por eso, es conveniente que, cuando te asalte el miedo a pedir, tengas esta nueva mirada y decidas regalar a los demás una dosis de auto-estima. Así tú también pondrás en práctica la generosidad.